viernes, octubre 30, 2009
contrastes
Ayer tenía de pasar por el Port Olimpic a las ocho de la tarde.
Contraste entre el día o la noche. No había nadie. Alguna persona que caminaba. Parecía un fantasma. No hacía excesivo frío aunque se notaba la humedad.
Pensaba en mi amigo Albert que tantos años ha estado viviendo en su barco. Pasando temporadas de invierno en ese clima hostil. Ahora entiendo la compañía que le hacía el bueno de Duck, ese imponente Golden Retriever que le acompañaba a todos lados.
Siempre he contemplado con envidia a la gente que vive en los barcos. Más que por el hecho de que sea un barco, por la situación de valentía para tomar una decisión tan drástica.
Pero algo está cambiando en mi, porque ayer ya no lo veía tan idílico. Y que conste que mi pasión por el mar no ha remitido, sino todo lo contrario, pero reconozco que la comodidad que te ofrece un piso es muy difícil encontrarlo en un barco. Y más, en un barco acorde con mis posibilidades económicas. O sea más bien pequeño.
Es curioso el silencio que hay a esa hora, cuando para el viento. Supongo que por la noche se vuelve a oír el ruido del ambiente de los coches que aparcan para cenar su pescadito o su marisco. Celebrando alguna onomástica. No me dan mucha envidia.
Cuando me escapo para ir al barco y llego a la zona de los barcos. Algo se transforma en mi interior. Me siento bien. Ayer era un poco distinto. No experimentaba satisfacción al llegar al puerto. Estaba oscuro.
Como decía mi amigo Albert de Montserrat, el puerto era su casa y si podía no iba a la ciudad que para el era la selva. Lo llamaré un día de estos. Para que me explique sus sueños y pasar un buen rato. Recuerdo la fiesta que montó a cuento de sus cuarenta primaveras. Allí mismo. Detrás del espigón en una explanada que nadie conoce excepto los lugareños. Detrás de la luz verde del faro. Un sitio de tantos contrastes. Tan cerca de la ciudad pero a la vez tan lejos. Con gente muy variopinta pero a la vez tan entrañable.
En fin sólo he estado media hora. He hablado con el chico de mantenimiento sobre el estado de mi motor. Bueno el mío no, que también falla, sino el de mi barco. Y me he vuelto a la selva. En pocos segundos te alejas del puerto y cambias de chip. Así es la vida.
Ahora mientras escribo y pienso en la visita al puerto de esta tarde. Me produce una sensación extraña, diferente a la habitual. ¿Me estaré haciendo viejo?, no eso no se puede preguntar sino afirmar ¡me estoy haciendo viejo!.
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