Estoy en Montserrat. Es una parte de las obligaciones familiares de mi familia política. Yo creo que a ninguno de los que vamos nos apetece, pero compensa la tremenda ilusión que le hace a mi suegro. Es un día al año. Y no le quedan muchos. Subimos por la noche, cuando no hay prácticamente gente. Dormimos, o mejor dicho mal dormimos en la habitación de hotel, y bajaremos al día siguiente, después de vernos con el padre abat.
Que por cierto, el otro día lo ví en un programa de televisión como sorteaba las preguntas de la incisiva periodista, que intentaba que se pronunciara a favor o en contra de las polémicas declaraciones del papa sobre la “inutilidad” de los preservativos.
Particularmente la iglesia en general me ha ayudado a no creer. No en dios sino en ella.
Históricamente la iglesia jugaba un papel de “ong universal” que servía para todo. Desde acoger a los enfermos hasta defender a los más marginados. Y eso lo están perdiendo. Bueno, por lo menos en lo que a mi se refiere. Eso no quita de la admiración por los “curas” que están dedicando su vida a los demás. Y más que evangelizar les están ayudando a sobrevivir. Y eso es loable.
Pero Montserrat es algo más que el monasterio, que un fantástico museo, que ingentes multitudes de todos los colores (los distinguimos por la “pasta”.Los que tienen son turistas y todos los demás son inmigrantes. Es una montaña ciertamente extraña, con unas paredes con sinuosas formas femeninas objeto del deseo de unos escaladores, que nunca entenderé como les gusta quedarse colgados en medio del abismo. Igual es eso lo que les gusta. Son como los “caracoles” (Avanzan muy lentamente enganchados a la pared…).
También Montserrat es bullicio. Es todo un entramado comercial para sacar dinero sea como sea. (Que si tiendas de souvenirs, que si restauración, que si el museo, etc…Ah! Y pretendes “escaparte” sin hacer gasto no te librarás que todavía te queda el parking. En esa rara montaña vive una gente especial. Y no me refiero a los monjes, o a los turistas, ni a los que alquilan celdas (supongo que para purgar todos los remordimientos que tienen)…sino a dos personas diferentes. Me refiero a los ermitaños. Son personas que viven en contacto con la naturaleza al margen de todo lo demás. Solicitaron en su día permiso para vivir en la montaña, y desde hace unos años ahí están. Separados uno del otro. Sin verse pero conscientes ambos que tienen un vecino. Hay uno que vive en una cueva. El otro vive en una ermita, y de alguna manera la cuida. De vez en cuando algún monje le lleva alguna provisión. El de la ermita era un profesor de música. Y a veces se oye, según sopla el viento los acordes de su saxofón.
El otro es mucho más “Friki”. No se sabe de que vive. Era un obrero de la SEAT, y un día cuando volvió a casa, antes de la hora habitual, porque se encontraba enfermo se encontró a su mujer en la cama con su primo. Los engancho “in fraganti” retozando en la cama, y retrocedió sin ser visto. Decidió vivir solo y al margen de todo y de todos. Decidió que su venganza sería no decir nada a su mujer ni a nadie, y que lo dieran por desaparecido, y que se infiel mujer se angustiara al no saber nada de él. Tanto es así que ya han pasado cuatro años de la desaparición de Julián, que así se llama, y nadie ha sabido desde entonces nada más de de él.
Desde luego la venganza de Julián es de las peores que pueden existir, porque poniéndose uno en lugar de la mujer de Julián, no lo ha debido pasar bien, porque siempre luchara con sus remordimientos y la sensación de culpabilidad. Y pasados cuatro años el castigo se me antoja excesivo.
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