Eran las cinco de la tarde cuando nos dejaron marchar del despacho. La nieve estaba cuajando y el panorama se ponía cada vez más complicado. El día anterior por la noche le había dicho a mi hermano que le llevaría una documentación que necesitaba para el día siguiente. Así que mi objetivo, a pesar de la que estaba cayendo, era el de subir a Vilassar a casa de mi hermano.
De nada servía el flamante 4 x 4 que hacía poco habíamos comprado. El caos en las calles era importante y anunciaban que las entradas y salidas de Barcelona estaban colapsadas. Así que me decidí en llegar a plaza Cataluña y coger el tren hacia Vilassar. Al subir al tren lo hacía sin vacilar a pesar de que mucha de la gente comentaba que habían oído que la línea ferroviaria estaba bloqueada por la caída de árboles a la catenaria. Supongo que se referían a la vía. Pero el hecho es que en la línea de la costa no había ni un solo árbol, por lo que por lo menos lo de los árboles caídos no se produciría en esa línea. Eso me tranquilizaba.
Cuán equivocado estaba al comprobar que pasada la estación de Masnou el tren se paraba sin ninguna explicación. Ya era oscuro, y el tren iba prácticamente lleno. No se nos explicó en ese momento el porque de la parada en medio de la nada. Entre la carretera y el amenazador mar. Y digo amenazador, porque la espuma de las grandes olas al chocar contra las rocas, alcanzaba de lleno los cristales. Que por suerte permanecían cerrados.
El tren continuaba parado una hora después a diferencia de que había un grupo de pasajeros convencidos de querer marcharse caminando por la vía. Las olas arremetían cada vez con más fuerza contra el lateral del vagón.
Al cabo de dos horas treinta minutos, a oscuras, aguantando el riguroso frío, junto con la intensa humedad provocada por las olas, empezaron a sucederse los gritos de histerismo. No habían señales ni la policía ni bomberos ni de nadie. Un grupo de unas diez personas forzaron la puerta, para abrirla y salir a un lugar desconocido, a través de la nevada y por las vías del tren. Yo desde luego no descartaba que en breve todo volviera a la normalidad. Seguíamos sin noticias, y utilizábamos nuestros móviles a modo de linterna, cuando no estábamos intentar comunicarnos con el exterior.
Había un anciano que llevaba una radio de esas de “toda la vida”, y que logró sintonizar el canal de urgencia de Cataluña radio. La situación era todavía más caótica. Entonces fue cuando se oyó claramente al secretario del interior, un tal Boada, diciendo: “les comunicamos que todos los pasajeros que han estado atrapados en los trenes ya han sido liberalizados y alojados en polideportivos y hoteles en las poblaciones más cercanas. El tráfico de la ciudad está mejorando progresivamente y la nieve ha remitido, decían en la radio, cuando el choque de las olas contra el lateral del vagón era cada vez más violento.
Dos horas más tarde y llevábamos cuatro y media, cada vez más juntos todos. Ya congelados. Sin decirnos nada porque ya no teníamos nada que decirnos, esperando sin saber exactamente a quién, porque por la radio parecía como si nadie se hubiera enterado que había un tren atrapado en la línea de la costa, con muchos problemas para subsistir.
Entonces ocurrió. La ola había sido más violenta que las anteriores, logró romper el cristla de dos de las ventanillas del tren. Ahora si que estábamos en peligro porque el agua salada empezaba a entrar con cada ola. Era una situación crítica. Moriremos todos, gritaba una señora mientras lloraba desconsoladamente. Un joven sacaba un cuter y se intentaba cortar el dedo índice, comentando en voz alta: “¿Es que no me puedo comer a mi mismo, si tengo hambre? O qué?
Pero toda está historia ha sido necesaria para sentirme alguien en un despacho que en el día de hoy todo eran historias y experiencias que se iban exagerando a medida que se iban explicando y que si no explicabas tu historia no eras nadie…aunque fuera inventada!
3 comentarios:
Bueno pero te creiste a Boada cuando habló? y sus excusas y soluciones?, son todos iguales!!!
Caos tremendo en la ciudad!!! Sin entrar en detalles, por aquello de no aburrir y porquè de la nevada y sus anécdotas está casi todo dicho, solo haré una breve mención de mi excursión. Mi coche arriba del todo de la Avenida Pearson: imposible cogerlo para volver a casa, por supuesto. Pués ala! hacia la cruz de Pedralbes a patita intentando no resbalar en la considerable bajada. Por supuesto, sin esquís que echen una mano. De la cruz de Pedralbes al metro de Mª Cristina (odio el metro, pero no había autobuses con patines ni nada parecido). No sé como se siente un cordero con muuuuchos corderos alrededor en un camión, pero debe ser parecido a lo que sentí yo en un vagón. Y basta, que no quiero ser plasta. Pero hay mucho más. Mucho. De la guardia urbana y los mossos, me abstengo de hacer comentario alguno. Punto.
El caos se hace indignante cuando la guardia urbana y los mossos en lugar de ayudar a solucionar los problemas, se escaquean cuando son ellos los que tienen que proponer alternativas y soluciones...pero en este pais, ya se sabe...Los hay que todavía no tienen luz ni electricida ni agua. Y eso en el 2010 es indignante.
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