Suenan los primeros compases del Réquiem in D minor K626 de Mozart. La música está bastante alta, como a mi me gusta (ventajas del IPOD, que no molestas a nadie). El cielo azul intenso como pocas veces. Tan azul, que incluso sorprende el contraste de los dos azules en la línea que los separa. Viento creo que será suficiente. Un poco mar de fondo. Frío, bastante, pero con el neopreno térmico y las botas de agua, solo lo noto en la cara, un poco en la frente y en los pómulos, en donde no me tapa las gafas polarizadas Oakley. Las mismas que regalaron a los mineros chilenos. Esas que se no reflejan los brillos en las olas.
Vamos allá. Si esto debe de ser una mariconada!
Parece que es como todos los barcos. Aunque todavía no he cogido la velocidad para volar. Cazo la escota, El barco empieza a escorar. Los movimientos míos son muy prudentes, propios ya de una persona entrada en la madurez, y me empiezo a colgar a medida que el barco, o lo que sea ese cacharro va adquiriendo velocidad. Y los tambores del réquiem no cesan. Es justo en el momento que suena el trombón y el tenor con su potente voz, me debe querer decir algo que evidentemente no entiendo pero a juzgar por el tono parece enfadado, yo no le hago caso y extiendo ya del todo mi piernas, cuando el barco se acelera y de golpe se eleva, y me doy cuenta que me dirijo a toda velocidad hacia el hotel vela. Pero volando. Estoy volando. Entones entra el coro, los violines, las violas. Debe ser la suma de todo. Pero me da la impresión de que el mismo Mozart desde allá arriba me debe estar mirando muerto de envidia, al verme volar por encima del agua. El corazón lo noto. Calculo que las pulsaciones las debo de tener casi al máximo. En mi pulsómetro eso deben ser por las 195 revoluciones por minuto. Pero me da igual. La sensación es única. Debo de ir pensando en virar y dirigirme hacia mar abierto, porque voy realmente rápido. Pienso en lo que deberé de hacer mentalmente antes de virar. El agua debe estar muy está fría, y muchas ganas de mojarme no tengo. Cuando cuente a tres. Dos. Uno. Ya. El barco traslucha y la vela cambia rápidamente de lado, el barco ya ha girado. Pero no he sido lo suficiente ágil para colgarme rápido.
Pasan unos segundos interminables. Pienso que no me tengo de poner nervioso aunque este en el agua, debajo del agua, liado con la escota. Lo más curioso es que no noto frío, ni me pongo nervioso, la música sigue sonando. Siento el coro del réquiem , van por el IX domine Deus, parece que me intenten animar para que salga de ahí. Debe hacer 30 segundos, y ahora que lo pienso no sé cuanto tiempo puedo aguantar debajo del agua. Un minuto y medio?. Está bien me daré prisa. Pienso que el coro se está poniendo más nervios que yo. Debe haber pasado un minuto porque no tengo todavía la sensación de que me falte el aire. Probablemente debajo del agua los segundos pasan más lentos. Mucho más. Si ya lo pensé cuando me dejaron ese barco. Foncu! Que te harás daño!...y yo sin hacer caso. Me debo haber enganchado con la escota.
¿Qué pensabas? ¿Qué era coser y cantar?. Pensando en lo del cantar. Me gustaría tener buena voz. Cuando cantan, se deben emocionar tanto como yo lo hago cuando les escucho…me diréis que soy un carca, que esas cosas ya no pasan…
Subo otra vez al barco o a ese inventillo de 3,5 metros que me ha dejado probar Román. Por suerte es muy ligero y desvuelca bastante rápidamente. Porque eso de volcar tiene su gracia. Pienso en una ducha calentita y además los del coro ya se han tranquilizado y yo me vuelvo al puerto después de experimentar unas sensaciones muy difíciles de explicar. Lo que no entiendo es cómo el Ipod no ha dejado de sonar, ni cuando estaba debajo del agua. Será que no querían interrumpir el réquiem...será eso.
Os envío un link para saber que es eso del moth. ¿Ves Lino que pasa? Si es que me provocas....