lunes, mayo 25, 2009

El contrato 3

foto: La Mansión de la viuda



Tomás llevaba unos diez días recuperándose tanto de la cicatriz como de las heridas de los pies. La verdad, es que estaba encantado con el trato que le habían dado esas exprostitutas y ahora amigas. En ningún momento, le pidieron nada, ni le obligaron a marcharse.Podía haber estado el tiempo que quisiera. Pero Tomás debía volver a su vida. Todo aquello era espectacular. Pero no era su vida. Debía volver y salvar a su empresa. Y aclarar que cojones estaba haciendo allí, en ese lugar en el otro lado del mundo y un mes después del último recuerdo.
Isabel y Rosana lloraron en su partida. Pero él les prometió que volvería, para ayudarlas en lo que quisieran. Aunque eran autosuficientes y bastante felices.
Le explicaron a Tomás como llegar a la Hacienda. Estaba seguro de que podría convencer a la viuda, esa tal Esmeralda de que le ayudara a salir de allí.
Partió a primera hora de la mañana, con los primeros rayos de sol. Quería llegar a la Hacienda de día.
El camino era angosto y complicado, en ocasiones desaparecía el camino bajo la exuberante vegetación y para continuar en la misma dirección a veces debía rodear una determinada zona de frondosa vegetación porque no podía pasar. Esos veinte kilómetros le parecieron eternos. Ruidos de animales tan extraños que su imaginación no llegaba a interpretar. A veces, le parecían sonidos guturales provenientes de humanos. Pero teóricamente estaba sólo. En ocasiones daba media vuelta inesperadamente para cerciorase de que no había nadie. No llevaba armas, sólo ese pedazo de machete que le dejaron para abrirse camino en la selva.
Después de 8 horas avanzando penosamente llegó a una explanada. Tal y como le habían explicado. Y ahí estaba. Impresionante. A quinientos metros se erigía esa mansión al más puro estilo colonial. Tomás decidió que lo más prudente sería rodearla por si encontraba vigilante armados, y así poder evitarlos. Quería entrar en la casa para hablar directamente con Esmeralda. De lo contrario pensaba que los sicarios no tendrían escrúpulos y le podrían pegar un tiro, y santas pascuas. Habría sido un intruso más.
De repente ,y a medida que se iba acercando a la mansión escuchaba el sonido de una melodía que iba incrementando de intensidad. Le era familiar esa melodía. Era Bach. Reconocía el violonchelo. Tocado con maestría. Un preludio de Bach. Era impresionante. En otro contexto le habría emocionado esa melodía, ahora la escuchaba sorprendido, con la puesta de sol en plena selva. Sorprendentemente Tomás estaba en el jardín de la hacienda agazapado detrás de un arbusto, esperando que acabara la melodía.
Había sorteado a dos vigilante armados que custodiaban la puerta principal. Pero no en vano, Tomás había sido el número uno de su clase en gimnasia, y había podido trepar por un frondoso árbol saltar una tapia y alcanzar el jardín. Se imaginaba a una guapa mujer con rasgos latinos y con cierta sensibilidad sabiendo apreciar esa música.
Tomás se lo pensó mejor, y decidió no esperar que acabará la melodía y entrar ya en la mansión. Intuía que si seguía la música encontraría a la viuda . Y además ya estaba oscureciendo. No había tiempo que perder. Y ahí estaba, colándose por una puerta de servicio y subiendo sigilosamente por una ancha escalera de caracol, el sonido de Bach le guiaba. Llegó a la habitación de donde parecía que salía la música. Abrió un poco la puerta de esa habitación. Parecía la alcoba de la viuda. Cuando de repente cesó la música.
Y una voz conocida le decía:
- Pasa Tomás…no tengas miedo.
Y ahí estaba ella. Caroline Schiffer. Desnuda. Exibiendo su impresionante cuerpo estirada en la cama.
- Joder!!! Vaya con la viuda!!- exclamó Tomás sin entender nada.
- Fóllame como en Dusseldorf – le dijo Caroline estirada en la cama tocándose un pecho con la mano mientras que con el pulgar se acariciaba el erecto pezón. Estaba excitada.
Tomás pensó por un momento en ser frío. No hacerle caso, y sentarse en el sillón de enfrente de la cama y exigirle respuestas a las muchas preguntas que tenía. Pero la realidad, es que Tomas se estaba excitando. Y además, pensó que podría hacerle las preguntas después de follar. Se acercó al pie de la cama mientras se sacaba rápidamente los pantalones.
- Luego hablaremos…- le amenazó Tomás abalanzándose a esa cama de madera trabajada con mosquitera.
No llevaba calzoncillos por lo que la erección se hacía evidente. Y se acariciaron mutuamente sin hablar. A ritmo frenético. La respiración se convertía en jadeos cuando ella le colocó boca arriba le arrancó los botones de la camisa y se acopló encima de Tomás. El le lamía los erectos pezones. Los corazones se aceleraban.
Tomás, a pesar de notar la herida se dejaba llevar por el ritmo uniforme que imponía Caroline. Movía su cabello de lado a lado como si de un látigo se tratara. De repente Carolina paró de golpe, le saco la erecta verga de su totalmente húmedo interior y sin soltarlo, y con un hábil movimiento se colocó de espaldas, apoyada sobre las rodillas y una mano, mientras que con la otra le volvía a introducir el pene entre sus labios inferiores. Carolina era una experta y sabía lo que hacía. Buscaba ese punto G, que tanto placer les daba a las mujeres. Tomás se dejaba hacer y la siguió penetrando. Esta vez por detrás y el marcando el ritmo aunque sentía que no tardaría en eyacular. Notaba que Carolina estaba teniendo un orgasmo a tenor de sus gemidos. Cuando Tomás aceleraba la intensidad de sus embestidas y estaba a punto de correrse sintió un fuerte golpe en la cabeza.

domingo, mayo 24, 2009

el contrato 2

Estaba a punto de llegar a la primera casa, por llamarlo de algún modo. Era la mínima expresión de casa. Un espacio rectangular con cuatro paredes y con tejado de uralita. Mientras se aproximaba por ese camino de tierra, intentaba recordar algo pero no le cuadraba nada.
Tenía el cuerpo dolorido, y se dió cuenta que en el brazo tenía señales de “pinchazos”. Le molestaba una tirantez en el estomago y se dio cuenta que tenía una cicatriz, que no recordaba. Llevaba la manta en la cintura a modo de paro. Tenía frío.
- ¿Me habrán disparado? – pensaba Tomás mirándose la extraña cicatriz mal cerrada.
Se acordaba de la Feria Textil de Dússeldorf. De Caroline ,del restaurante en una terraza. Del hotel. Del polvo más impresionante de su vida. ¡Vaya si se acordaba!. Luego en el momento en que se durmió en el hotel de Caroline, nada más. Ni de que volviera a salir del hotel. Ni nada parecido.
El comité de bienvenida del poblado consistía en dos perros, uno blanco y otro marrón, que no cesaba de ladrarle y unas cuantas gallinas. Debían ser sobre las cuatro de la tarde a juzgar por la posición del sol. No se veía a nadie por la calle. Decidió meterse en esa casa. Llamaría al timbre. Entonces se dio cuenta de que no había timbre. De hecho no tenía ni puerta, sólo una cortina de esas metálicas que hacen de puerta. Estaba muy cansado, pero quería aclararlo todo en seguida y volver a su hotel o donde fuera.
Entró en la casa, con un “ ¿hola? ¿Qué hay alguien? preguntaba en voz alta mientras apartaba la ruidosa cortina metálica y se metía en el interior de esa vivienda.
Entonces vio a todas aquellas personas sentadas en el suelo alrededor de una cazuela con algo parecido a arroz, y todos se giraron para mirarle sin decir ni hacer nada.
-¿Hola? Volvió a repetir Tomás mirando a la familia.
Se levantó el padre de familia. Casi por obligación porque los demás con la mirada le pedían que hiciera algo.
- ¡Fuera de mi casa, señor!- le amenazó con tono de enfado
- Perdone…pero necesito ayuda. Y un teléfono por favor.
Entonces el hombre se fue a la habitación contigua de donde salió con una escopeta de cañones recortados.
- Largo o le meto un balazo. –Me miraba fijamente sin dejar de apuntar a Tomás
-¡Joder. Que marrón!.- pensó Tomás mientras retrocedía hacia la puerta y levantando los brazos..
-Por favor. No dispare. Estoy indefenso. No se que hago aquí pero si me ayuda le compensaré…se lo juro.
-Largo!
-Ya me voy….ya me voy…tranquilo…sólo dígame una cosa….¿donde estamos?
No hubo manera de convencerle pero no se podía quedar ahí. Ya encontraría refugio pensó Tomás..
- Márchese. Y no vuelva!.- Le grito en tono agresivo
Tomás salió de la casa espantado, además no había podido explicar quién era ni le habían podido explicar dónde estaba. Pero no había tenido opción. Hacía frío. Calculaba que era n sobre las siete de la tarde, y estaba dolorido y hambriento.
Cruzó la calle y se metió en la segunda casa. Tomás vio a dos mujeres adultas, que le miraron asustadas. Se levantaron. “joder, irán a buscar escopetas estas también” pensó Tomás
- Hola. Me llamo Tomás….¿me pueden ayudar? …- les suplicó Tomás mostrando las palmas de las manos.
- ¿Quién es usted?. Usted no es de por aquí.– le preguntó la mayor de las dos mujeres, mirando luego a la más joven y haciéndole una mueca, como si no entendiera nada.
- Por favor…ayúdenme…- Dijo Tomás cayéndose desplomado en el suelo.
Tomás abrió los ojos. No reconocía la habitación. Era una habitación con un agujero en la pared a modo de ventan pero sin cristal ni cortina. Era muy humilde. De hecho no había ninguna luz o bombilla. La cama estaba sucia de sangre. Tomás sintió asco de pensar de quién podían ser esas manchas de sangre. Luego se tranquilizó al darse cuenta de que la cicatriz le supuraba. Tenía los pies envueltos en vendas, era evidente de que le habían curado. Se tranquilizó. En una esquina de la habitación había una sencilla silla, con algo de ropa. Se levantó lentamente. Se mareó un poco cuando consiguió ponerse de pie. Se vistió con esa camisa blanca y pantalones de tela que alguien le había preparado. No tenía ningún espejo, pero al imaginarse su aspecto y sonrío. Se puso unas rústicas sandalias, pero a pesar de su aspecto resultaban muy cómodas.
Salió de la habitación y allí estaban las dos mujeres. Le ofrecieron un plato de frijoles.
Estaban espectacularmente buenos. Probablemente hacía días que no comía.
- gracias. Os lo compensaré. No sé cuando….pero lo haré.
La chica más joven era la que lo atendía, la otra se sentaba en su silla sin decir nada, pero sin sacarle el ojo de encima.
La más joven se presentó. Se llamaba Isabel. Entonces la otra sin levantarse le dijo “yo Rosana”.
Empezaron a contarle que ellas se habían escapado de la ciudad de Iquita, en donde las tenían prisioneras en un prostíbulo. Les pagaban con drogas. Y las maltrataban.
Le explicaron a Tomás que vivían en ese poblado llamado Vichite desde hacía un par de años. El poblado estaba a unos 150 km de Iquita.
En el pueblo ahora vivían 60 personas. Habían sido 300 habitantes en otros tiempos, y hace dos años eran unos 100. Pero la gente marchaba. No había nada de futuro que el poblado pudiera ofrecer. Vivían del campo y de lo que capturaban en la selva. Cada tres meses subía un camión con provisiones básicas, que intercambiaban por productos de la selva. Se llevaban pieles de serpiente, valoraban especialmente las de la anaconda y las de los caimanes, . Les pagaban en especies que no tenían como azúcar, sal etc..
Escaparon del infierno y ahora estaban tranquilas. Tomás calculó que Isabel tendría unos veinticinco años y Rosana sobre los cuarenta.
Tomás les preguntó que día era, pero ellas no lo sabían con exactitud. Lo que sabían era que faltaban unas semanas para la época de lluvias, por lo que creía que estaban en Abril. A finales de abril. A pesar que llovía frecuentemente, la diferencia era que en la época de lluvias, durante varios días no paraba de caer agua torrencial.
“ A finales de Abril…” pensó Tomás- La feria textil, que era lo último que recordaba, era la semana del 22 al 29 de Marzo. Tenía sólo un lapsus de un mes. Un mes!.
No tenía ningún tipo de posibilidad de comunicarse con el exterior. Por lo menos no desde ahí. A unos veinte kilómetros había una hacienda privada. Que los del pueblo conocían como “la casa de la viuda”, pero que la habían ido porque estaba vigilada por hombres armados.
La viuda había sido Miss América del Sur, se llamaba Esmeralda Gutiérrez y se había casado con un Medellín, Marco Medellín, familiar del famoso cártel de drogas. Lo mataron los americanos en una emboscada en Los roques, Venezuela. Y su mujer se retiró a esa hacienda.
Pero ahí si que tenían posibilidad de comunicarse. La hacienda era como una pequeña ciudad. Conseguían electricidad a través de unos generadores, poseían coches todoterrenos, y avionetas que aterrizaban en su propia pista de aterrizaje.
“Son muy peligrosos” – decía Isabel- Han matado a mucha gente, sólo por acercarse…y tú…porque no nos explicas que estás haciendo aquí. ¿Buscas drogas? ¿Esmeraldas? ..
- No,no, que va!.- Les dijo Tomás pensando por dónde podía empezar a relatar su historia sin que lo tomaran por loco.- Me llamó Tomas, Tomás Conesa. No os puedo explicar nada porque no me acuerdo de nada. Sólo me acuerdo de estar en Alemanía en Dusseldorf representando a mi empresa Telares Maristany una Feria internacional…
Las dos mujeres se miraron, pensando que clase de locura tenía ese hombre. Tomás se dio cuenta de su error. Explicar eso a aquella gente era como decirles que era un marciano y venía de Marte, para pasar unas bonitas vacaciones cerca del Amazonas…

viernes, mayo 22, 2009

El contrato

Tomás lo tenía muy claro ese día. O conseguía un pedido importante para su empresa en esos días de la Feria internacional de Dusseldorf o la empresa Telares Maristany se iba al garete.
Llevaba cinco años como director comercial, con más o menos fortuna cumpliendo cada año con los objetivos. Pero este año estaba estaban facturando entre un cincuenta y un sesenta por ciento respecto al año anterior. Estaban en crisis, como todo el mundo del sector textil sufría la crisis, clientes, competencia y proveedores. Pero eso no era una excusa. Telares Maristany tenía que facturar rápido o tomarían soluciones drásticas. Despedirían a la mitad de la plantilla de los 58 empleados, de los cuales la mayoría de ellos llevaban toda su vida trabajando en Telares Maristany. De hecho, estaban exportando una pequeña parte de la producción, pero nunca se habían presentado en la Feria de Dusseldorf (la Feria más importante del sector textil).
Llevaban ya cuatro días de feria. Si que pasaba gente por el bonito stand, pero ningún pedido importante. Muchos curiosos de todo tipo de países intercambiando tarjetas comerciales, pero ningún pedido.
Eran las cuatro de la tarde, y Tomás ya acumulaba cierto cansancio por estar todo el día para arriba y para abajo, cuando de pronto se presentó una guapa chica. Exótica belleza. Se llamaba Caroline Schiffer, y era la directora de compras de una importante cadena de tiendas de ropa del hogar llamada Stradde.
Caroline comprobó las calidad de los tejidos de Telares Maristany Estudió con detenimiento y los muestrarios durante más de una hora hasta que se levantó de la mesa redonda del stand, y salió del mismo pensativa. Caroline miraba al suelo y al techo del pabellón ferial, como si calculara algo mentalmente. Volvió a entrar en el stand y le preguntó a Tomás: ¿Que prefieres que te diga primero, la mala o la buena noticia?.- exhibiendo una bonita sonrisa.
-Siempre primero la mala! – le dijo cansado Tomás sonriendo. Tenía la intuición de que haría una venta.
-La mala es que… me tienes que invitar ha cenar al mejor restaurante de Heildelberg!
-Así que esta es la mala…-bromeo Tomás -¿Y la buena? – preguntó descolocado. Todavía no sabía si iba en serio o en broma.
- La buena… es que te haré un pedido por valor de cuatrocientos mil euros, para cubrir toda la demanda de nuestras tiendas durante seis meses, y si todo va bien dentro de seis meses renovamos…
- ¡Hecho! pero así…¿sin regatear? Le preguntó Tomás lo primero que se le ocurrió. Hoy en día no había nadie que no regateara en precios. Es más, incrementaban un 20% la tarifa para luego compensar con el descuento.
-Sin regatear.- dijo Caroline tajantemente - Te espero a las 9 en la recepción. Estoy en el Hotel Eurobuildind- Le dijo Caroline dándole una tarjeta donde además de los datos de la empresa Stradde salía su móvil.
Cuando se fue, se sentó durante unos minutos. No se lo podía creer. Había entrado una guapa chica haciéndole el pedido del año. Salvarían la empresa. Además, ahora no tenía novia, por lo que estaría encantado en invitar a Caroline, la guapa y joven directora de compras a cenar.
Se fue al lavabo del pabellón. Cansado pero feliz. Se lavó la cara con agua fría y se miró al espejo. Sonrió al verse. “pero que guapo eres” se dijo lanzándose un hipotético beso.
Cuando la recogió por la recepción del hotel, se quedó impresionado de la exótica belleza de Caroline. Era morena con pelo largo y rizado y vestía con un escotado vestido verde esmeralda que le marcaba todas las curvas de su estilizado cuerpo.
- Impresionante! – le dijo Tomás cuando la vio tan elegante y atractiva. Pensó, que se podía haber vestido un poco mejor para la ocasión. Se había vestido informalmente. Iba con tejanos y bleiser pero visto lo visto, era evidente de que se había equivocado.
- Gracias Tomás – le dijo volviendo a sonreir.
Tomás se sentía el hombre más feliz del mundo, y esa noche prometía. Cogieron un taxi y se dirigieron al Restaurant Baviera, un romántico restaurante situado en las afueras de Heilderberg. La mesa donde les colocaron estaba en la terraza del torreón de un castillo restaurado con vistas al Rhin.
Comieron toda clase de marisco y pescados regados con vinos blancos franceses. No pararon de hablar y de reir amigablemente, como si se conocieran de toda la vida. Se gustaban y lo notaban los dos. De repente Tomás notó como Caroline le presionaba con el pie descalzo por debajo la mesa a su entrepierna, mientras que Yomás notaba como se le endurecía su miembro a la vez que la miraba como se reía porque ha buen seguro notaba su erección.
- Y esto?- Dijo Tomás balbuceando
- Creo que deberíamos sellar nuestro acuerdo….no crees..- Solo acabar la frase Caroline se incorporó de la mesa y le beso con pasión durante unos segundos mordiéndole el labio inferior .
- Te voy a enseñar que les hacemos las indefensas alemanitas a los españolitos que van de machitos …- le decía susurrandóle al oido
- Joder! Dime que no estoy soñando…- le comentaba Tomas un poco incrédulo.
Les costó llegar al hotel después de los tocamientos y besos por todas partes (boca, lengua, mejillas, cuello, oidos…) en el taxi de vuelta al hotel de Caroline. Cogieron el ascensor y subieron al cuarto piso totalmente excitados. En el ascensor aprovechó para bajarle el vestido y acariciarle y besarle los erectos pezones entre los jadeos de Carolina, tal era su excitación que no se dieron cuenta que se pasaron de piso, y subieron hasta el séptimo para luego volver a la cuarta planta. Entraron a trompicones por la habitación 327, y cuando llegaron a la cama ya estaban totalmente desnudos. Tomás no sabía si hacer o dejarse hacer, No tuvo opción porque cuando se dio cuenta, Carolina ya tenía su erecto pene en su boca. All placer se juntaba a una ligera sensación de mareo. No era para menos después de las dos botellas de vino y la de Champagne Veuve Cliquot … “mira, que así aguantaré más..” pensó Tomás mientras la empezaba a penetrar lentamente por su ya totalmente húmeda cueva, con movimientos acompasados mientras Carolina empezaba a jadear. A Tomás le dio la sensación por la respiración entrecortada de Carolina de que ésta ya llegaba al orgasmo, entonces él se relajó y se corrió.
Había sido un de los polvos más increíbles de su vida cuando se durmió abrazando a Caroline.
Se despertó sin entender nada. En pleno campo. Con frío.
Cubierto con una áspera manta de cuadros. Estaba totalmente desnudo. Ni rastro de ropa, ni del hotel, ni de Carolina. No llevaba ni el Rolex GMT Master, que le regaló su padre justo antes de morir y que nunca se sacaba. ¿Qué coño le había pasado?. Si por lo menos tuviera el móvil.
No recordaba nada. Y es que no había nada por los alrededores que tuviera nada que ver con la civilización. Se levantó, no sin dificultad, con un fuerte dolor de cabeza.
Giró sobre si mismo. 360º. Que extraño. Estoy en una montaña colgado. Sin nada ni nadie.
Tomás empezó a caminar hacia lo que parecía un camino. Llegó al camino de tierra. Y siguiendo el camino de tierra, no podía recordar nada. Qué raro. Lo único que recordaba era que hizo el amor con Caroline de muchas maneras hasta que se durmió. Pero no recordaba el haber salido del hotel. Y es que además ese paisaje no se parecía nada al de donde estaba Heildelberg, ni Colonia ni Dusseldorf, ni la Selva Negra…después de andar dos horas descalzo con los pies ya ensangrentados y únicamente tapado por esa rara manta de cuadros divisó un conjunto de casas, lo que parecía un poblado. No llegaba ni a pueblo. No había calles asfaltadas. Ni farolas, ni postes de electricidad. Ni coches. Alguna gallina suelta y unas vacas diferentes a lo que conocía. El corazón se le aceleró. Esas casas, ni tan siquiera son casas europeas- pensaba Tomás-. ¿Dónde cojones estoy?. No, no.. No debo perder los nervios ni alterarme que seguro que todo tiene una explicación…aunque me cueste de creer.