Soy poco o nada admirador de Pilar Rahola. Reconozco que no es mi tipo, y tiene una manera de ser que se aleja de lo que entiendo que debe de ser una mujer elegante y consecuente. Pero a veces me engancho a leer su columna y me gusta alguna de las conclusiones y reflexiones cuando no son interesadas. Y el otro día, leí una columna sobre el tema de la crueldad de la caza y debo reconocer que lo hacía desde una óptica muy interesante. Cuestionándose cuan retorcidos debían ser los pensamientos de los cazadores cuando disfrutan al ver como sufre un animal, que ellos llaman “pieza” a la cual acaban de abatir por un disparo y el animal se debate retorciéndose de dolor en una lucha que ya tiene perdida hasta que muere. Simplemente por el hecho de haberse cruzado en el camino de un cazador. Un asesino de animales, que ni tan siquiera se puede llamar depredador. Probablemente la pieza la tirará o la regalará, porque su mujer le “dejara ” ir a cazar, pero ella no preparará ningún plato con los trofeos. Faltaría más.
Los cazadores defienden su territorio y su afición argumentando que son los que más cuidan y “aman” a los animales y son los que establecen un equilibrio, que además pagan ingentes cantidades de dinero para la conservación de la fauna y de los parques nacionales.
Probablemente, pero conservan la fauna para que sea más abundante y por ende los puedan abatir más fácilmente. Probablemente sea así, pero la cuestión va un poco más allá de la caza, como un mero ejercicio de puntería y de concentración e incluso de estar rodeados de naturaleza. Lo preocupante es el placer que produce a esa gente cuando mata.
Ese mismo día veo un anuncio de Carrefour anunciando que ellos no venden ni venderán nunca atún rojo ni otras especies en extinción. Bien por ellos, aunque sea mas fachada que otra cosa, por algo se empieza. Y me viene a la memoria una buena amiga que en una comida este mes pide atún rojo, y me comenta que ya sabe que el atún rojo está en peligro de extinción, le sabe mal pero cuando se extinga comeremos otra cosa. Al final fui yo el que se comió el atún rojo. Exquisito por cierto. Es cierta esa reflexión de mi amiga pero no deja de ser triste y cruel. Y eso que yo soy el primero que he pedido a veces atún y si era rojo mejor. Y también he pescado atunes, bueno he participado en la pesca de atunes y para mi era un orgullo. Y de eso no hace mucho tiempo, pero ya no me siento orgulloso. Ni de ir a los toros. Ni del sufrimiento en general. Creo que ya no me veréis pescando ni cazando. He intentaré no volver a comer atún rojo. Lo hecho, hecho está. Y lo lamento de veras.