Un día cualquiera de Octubre. Luís estaba parado en un semáforo del Paseo de Gracia, en la ciudad de las motos.
Rojo. Naranja incandescente y verde.
Luís engranó la primera de su potente motocicleta Yamaha Vmax 1250 cc. En pocos segundos cogió una velocidad endiablada. Los que lo vieron, no entendían porque no giró en la plaza del Lápiz, en la confluencia de Diagonal con Paseo de Gracia sino que fue en línea recta hasta impactar con el monumento.
Dicen que voló literalmente unos veinte metros hasta impactar con el obelisco de granito.
Permanecía inmóvil, sin poderse mover de aquella triste habitación compartida en la UCI del Hospital de la Cruz Roja. Se había partido la vértebra 23. No podía hablar, ni moverse.
“No entendemos porqué lo has querido hacer…¿tan mal nos portábamos contigo? –l e decía su padre mientras que su madre no paraba de llorar.
Luís la miraba incrédulo. Sin poder mover la boca, ni las manos. Lo único que podía hacer era mirarlos con tristeza. Impotencia.
Los médicos, y fueron muchos los que pasaron, le pronosticaron la invalidez permanente y ni los compañeros de la empresa ni los amigos de Luís podían entender porque lo había hecho.
Los médicos tuvieron diversas reuniones con psiquiatras, que decidieron además de tratarlo con ansiolíticos, para una más que probable depresión.
Lideraba el equipo de médicos el Doctor Pibernat, que había estado durante muchos años como jefe de servicio de cuidados intensivos en la prestigiosa clínica Mayo de Rochester (USA).
La conclusión consensuada es que fue un ataque de stress espasmódico, de fuerza cuatro en la escala de Rubin, lo que había sufrido Luís, y eso le llevó a hacer esa locura.
“Ahora ya es tarde para Luís, pero a los pacientes con síntomas de S.E. les decimos que hablen…que hablen con la gente…con quién sea pero que hablen …aquí en el Hospital tenemos un especialistas psicólogos que tratan estos casos …” decían los otros “especialistas” . “Cuando Luís se recupere. Tenemos que tratar de su stress” para que no lo vuelva a hacer.
“¿Pero como quieres que lo vuelva a hacer sino puede moverse?” le preguntaba su madre al médico
“oiga, mire…por aquí se ven casos muy raros…y tal como fue este, y perdone que sea tan directo…esto es un caso difícil”.
Luis los miraba a todos alucinando de sus opiniones sin tener ni puta idea porqué todos opinaban, pero en lo que había unanimidad era en que había tenido un trastorno psicológico.
Habían pasado dos semanas y él seguía sin poderse expresar. Hasta su jefe se dignó a visitarle. “si querías aumento de sueldo, lo podías haber dicho. Mecagoenlaleche ..!Luis!. Que mi puerta… está siempre abierta, ya lo sabes. Lo único que no te dejaría sería tirarte a mi secretaria..” le comentaba sarcásticamente, sabiendo que no podía ni reír. Y aunque pudiera, a Luís no le hacía ni la más mínima gracia. Se daba cuenta de que no lo conocía.
Fue cuando le visitó su amigo Ferrán, que era el único que le conocía y con el que se pudo comunicar.
Ferrán, fue el único que no le recriminaba nada, porque sabía que Luís era incapaz de intentar suicidarse. Sabía que a Luís le gustaba vivir.
Su amistad venía de cuando hicieron el servicio militar en el “Juan Sebastián Elcano”, en Cartagena, el majestuoso velero de la armada española. Luís movía los parpados con rapidez hasta que Ferrán interpretó que Luís le hablaba en morse.
F-E-R-R-A-N – L-E-S –P-U-E-D-E-S-D-E-C-I-R- -A-E-S-T-O-S-C-A-P-U-L-L-O-S –Q-U-E-S-E-M-E-M-E-T-I-O-U-N-A-P-U-T-A-A-B-E-J-A-D-E-N-T-R-O-D-E-L-C-A-S-C-O